martes, 26 de junio de 2012

Lo que dicen nuestros pastores sobre...la genuflexión al Santísimo


Al lado de esto, también hace falta asumir todas las consecuencias de nuestra fe en la Encarnación, recordando que -de manera análoga a lo que sucede en las relaciones humanas- nuestro amor por el Señor debe arraigarse y crecer a través de pequeños detalles que expresen nuestras más hondas convicciones. Me pregunto por qué muchos fieles han ido perdiendo la extraordinaria costumbre de hacer genuflexión ante el Santísimo Sacramento cada vez que pasan frente al Sagrario; sin decir nada de la reverencia ante el altar, el crucifijo, o en ciertos momentos de la Celebración Eucarística… ¿Será acaso que algunos sacerdotes y seminaristas han caído en la trampa del secularismo y han enseñado a los fieles laicos el olvido de esos gestos sencillos pero importantes, con los que se enardece el corazón mientras se hace camino (cf. Lc 24, 13-35)? 


En una sociedad cuyos ritmos de vida tienden a la deshumanización, urge recuperar aquellos aspectos que permiten al hombre reencontrarse con esa grandeza que le es propia en razón de su condición de “imago Dei”. Tarea que sólo podrá lograrse adecuadamente si reconquistamos la natural relación que existe entre la trascendencia y una adecuada expresividad humana. Los que tenemos la tarea de ser pastores de la Grey de Jesucristo tenemos una especial responsabilidad en este sentido; no la desestimemos.

Mons. Pierre Nguyen van Tot
Nuncio Apostólico de su Santidad Benedicto XVI para Costa Rica



Para leer el documento sobre algunos temas de al liturgia de su Excelencia Reverendísima Mons. Pierre Nguyen van Tot haga clic aquí.



lunes, 18 de junio de 2012

Aún queda mucho por hacer en el camino de la renovación litúrgica


Durante el cierre del 50º congreso Eucarístico  se transmitió un vídeo mensaje del Santo Padre Benedicto XVI. En el cual destaca la mención a la reforma litúrgica llevada a cabo por el Concilio Vaticano II.
En términos del Papa una parte de la renovación se ha logrado concretar, sin embargo aún queda mucho por hacer.

Queridos hermanos y hermanas:

Con gran afecto en el Señor, saludo a todos los que os habéis reunido en Dublín para el 50 Congreso Eucarístico Internacional, en especial al Señor Cardenal Brady, al Señor Arzobispo Martin, al clero, a las personas consagradas, a los fieles de Irlanda y a todos los que habéis venido desde lejos para apoyar a la Iglesia en Irlanda con vuestra presencia y vuestras oraciones.


El tema del Congreso – «La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros» – nos lleva a reflexionar sobre la Iglesia como misterio de comunión con el Señor y con todos los miembros de su cuerpo. Desde los primeros tiempos, la noción de koinonia o communio ha sido central en la comprensión que la Iglesia ha tenido de sí misma, de su relación con Cristo, su Fundador, y de los sacramentos que celebra, sobre todo la Eucaristía. Mediante el Bautismo, se nos incorpora a la muerte de Cristo, renaciendo en la gran familia de los hermanos y hermanas de Jesucristo; por la Confirmación recibimos el sello del Espíritu Santo y, por nuestra participación en la Eucaristía, entramos en comunión con Cristo y se hace visible en la tierra la comunión con los demás.


Recibimos también la prenda de la vida eterna futura.

El Congreso tiene lugar en un momento en el que la Iglesia se prepara en todo el mundo para celebrar el Año de la Fe, para conmemorar el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, un acontecimiento que puso en marcha la más amplia renovación del rito romano que jamás se haya conocido. Basado en un examen profundo de las fuentes de la liturgia, el Concilio promovió la participación plena y activa de los fieles en el sacrificio eucarístico. Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, y a la luz de la experiencia de la Iglesia universal en este periodo, es evidente que los deseos de los Padres Conciliares sobre la renovación litúrgica se han logrado en gran parte, pero es igualmente claro que ha habido muchos malentendidos e irregularidades. La renovación de las formas externas querida por los Padres Conciliares se pensó para que fuera más fácil entrar en la profundidad interior del misterio. Su verdadero propósito era llevar a las personas a un encuentro personal con el Señor, presente en la Eucaristía, y por tanto con el Dios vivo, para que a través de este contacto con el amor de Cristo, pudiera crecer también el amor de sus hermanos y hermanas entre sí. Sin embargo, la revisión de las formas litúrgicas se ha quedado con cierta frecuencia en un nivel externo, y la «participación activa» se ha confundido con la mera actividad externa. Por tanto, queda todavía mucho por hacer en el camino de la renovación litúrgica real.

En un mundo que ha cambiado, y cada vez más obsesionado con las cosas materiales, debemos aprender a reconocer de nuevo la presencia misteriosa del Señor resucitado, el único que puede dar amplitud y profundidad a nuestra vida. La Eucaristía es el culto de toda la Iglesia, pero requiere igualmente el pleno compromiso de cada cristiano en la misión de la Iglesia; implica una llamada a ser pueblo santo de Dios, pero también a la santidad personal; se ha de celebrar con gran alegría y sencillez, pero también tan digna y reverentemente como sea posible; nos invita a arrepentirnos de nuestros pecados, pero también a perdonar a nuestros hermanos y hermanas; nos une en el Espíritu, pero también nos da el mandato del mismo Espíritu de llevar la Buena Nueva de la salvación a otros. Por otra parte, la Eucaristía es el memorial del sacrificio de Cristo en la cruz; su cuerpo y su sangre instauran la nueva y eterna Alianza para el perdón de los pecados y la transformación del mundo.



Durante siglos, Irlanda ha sido forjada en lo más hondo por la santa Misa y por la fuerza de su gracia, así como por las generaciones de monjes, mártires y misioneros que han vivido heroicamente la fe en el país y difundido la Buena Nueva del amor de Dios y el perdón más allá de sus costas. Sois los herederos de una Iglesia que ha sido una fuerza poderosa para el bien del mundo, y que ha llevado un amor profundo y duradero a Cristo y a su bienaventurada Madre a muchos, a muchos otros. Vuestros antepasados en la Iglesia en Irlanda supieron cómo esforzarse por la santidad y la constancia en su vida personal, cómo proclamar el gozo que proviene del Evangelio, cómo inculcar la importancia de pertenecer a la Iglesia universal, en comunión con la Sede de Pedro, y la forma de transmitir el amor a la fe y la virtud cristiana a otras generaciones. Nuestra fe católica, imbuida de un sentido radical de la presencia de Dios, fascinada por la belleza de su creación que nos rodea y purificada por la penitencia personal y la conciencia del perdón de Dios, es un legado que sin duda se perfecciona y se alimenta cuando se lleva regularmente al altar del Señor en el sacrificio de la Misa.



La gratitud y la alegría por una historia tan grande de fe y de amor se han visto recientemente conmocionados de una manera terrible al salir a la luz los pecados cometidos por sacerdotes y personas consagradas contra personas confiadas a sus cuidados. En lugar de mostrarles el camino hacia Cristo, hacia Dios, en lugar de dar testimonio de su bondad, abusaron de ellos, socavando la credibilidad del mensaje de la Iglesia. ¿Cómo se explica el que personas que reciben regularmente el cuerpo del Señor y confiesan sus pecados en el sacramento de la penitencia hayan pecado de esta manera? Sigue siendo un misterio. Pero, evidentemente, su cristianismo no estaba alimentado por el encuentro gozoso con Cristo: se había convertido en una mera cuestión de hábito. El esfuerzo del Concilio estaba orientado a superar esta forma de cristianismo y a redescubrir la fe como una amistad personal profunda con la bondad de Jesucristo. El Congreso Eucarístico tiene un objetivo similar. Aquí queremos encontrarnos con el Señor resucitado. Le pedimos que nos llegue hasta lo más hondo. Que al igual que sopló sobre los Apóstoles en la Pascua infundiéndoles su Espíritu, derrame también sobre nosotros su aliento, la fuerza del Espíritu Santo, y así nos ayude a ser verdaderos testigos de su amor, testigos de la verdad. Su verdad es su amor. El amor de Cristo es la verdad.



Mis queridos hermanos y hermanas, ruego que el Congreso sea para cada uno de vosotros una experiencia espiritualmente fecunda de comunión con Cristo y su Iglesia. Al mismo tiempo, me gustaría invitaros a uniros a mí en la oración, para que Dios bendiga el próximo Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar en 2016 en la ciudad de Cebú. Envío un caluroso saludo al pueblo de Filipinas, asegurando mi cercanía en la oración durante el periodo de preparación a este gran encuentro eclesial. Estoy seguro de que aportará una renovación espiritual duradera, no sólo a ellos, sino también a todos los participantes del mundo entero. Ahora, encomiendo a todos los participantes en este Congreso a la protección amorosa de María, Madre de Dios, y a san Patricio, el gran Patrón de Irlanda, a la vez que, como muestra de gozo y paz en el Señor, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.



BENEDICTUS PP. XVI



martes, 12 de junio de 2012

Jesús no abolió lo sagrado, sino que lo llevó a su cumplimiento

Reproducimos a continuación, la hermosa homilía del Santo Padre en la fiesta de Corpus Christi (énfasis nuestros):


¡Queridos hermanos y hermanas!

Esta tarde, quisiera meditar con vosotros sobre dos aspectos, entrelazados entre sí, del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad. Es importante volver a tomarlos en consideración para preservarlos de visiones incompletas del mismo Misterio, como las que se han verificado en el pasado reciente.



Ante todo, una reflexión sobre el valor del culto eucarístico, en particular de la adoración del Santísimo Sacramento. Es la experiencia, que viviremos también esta tarde, después de la Misa, antes de la procesión, durante su desarrollo y cuando termine. Una interpretación unilateral del Concilio Vaticano II ha penalizado esta dimensión, restringiendo prácticamente la Eucaristía al momento de la celebración. En efecto, fue muy importante reconocer la centralidad de la celebración, en la que el Señor convoca a su pueblo, lo reúne alrededor de la dúplice mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo alimenta y lo une a Sí, en la oferta del Sacrificio. Esta valoración de la asamblea litúrgica, en la que el Señor obra y realiza su misterio de comunión, permanece naturalmente válida, pero se debe colocar en su justo equilibrio. En efecto – como sucede a menudo – queriendo subrayar un aspecto, se acaba con sacrificar otro. En este caso, la acentuación realizada sobre la celebración de la Eucaristía ha disminuido la adoración, como acto de fe y de oración dirigido al Señor Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar. Este desequilibrio ha tenido repercusiones también sobre la vida espiritual de los fieles. En efecto, concentrando toda la relación con Jesús eucaristía sólo en el momento de la Santa Misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y, de este modo, se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros – una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como «Corazón que late» de la ciudad, del país y del territorio, con sus distintas expresiones y actividades. El Sacramento de la Caridad de Cristo debe permear toda la vida cotidiana.

En realidad, es un error contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competencia la una contra la otra. Es precisamente, todo lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento constituye el ‘ambiente’ espiritual en el cual la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. Sólo si está precedida, acompañada y seguida por esta conducta interior de fe y de adoración, la acción litúrgica puede expresar su pleno significado y valor. El encuentro con Jesús en la Santa Misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que Él, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa y, luego, una vez que la asamblea se ha disuelto, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, y sigue recogiendo nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre.
En este contexto, me complace subrayar la experiencia que viviremos esta tarde juntos. En el momento de la adoración, estamos todos en el mismo plano, de rodillas ante el Sacramento del Amor. 



El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico. Es una experiencia muy bella y significativa, que hemos vivido varias veces en la Basílica de San Pedro y también en las inolvidables vigilias con los jóvenes – recuerdo, por ejemplo las de Colonia, Londres, Zagreb y Madrid. Es evidente para todos que estos momentos de vigilia eucarística preparan la celebración de la Santa Misa, preparan los corazones al encuentro, de forma que éste resulta más fructuoso. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que se acompaña de forma complementaria con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. No se pueden separar – van juntas - la comunión y la contemplación. Para comunicar verdaderamente con otra persona, tengo que conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, llenos de respeto y de veneración, de forma que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y, lamentablemente, si falta esta dimensión, también la misma comunión sacramental puede llegar a ser, de parte nuestra, un gesto superficial. Sin embargo, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decirle al Señor palabras de confianza, como las que resonaron hace poco en el Salmo responsorial: «Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre del Señor (Sal 116, 16-17). 


Ahora quisiera pasar, brevemente, al segundo aspecto: la sacralidad de la Eucaristía. También aquí hemos sufrido, en el pasado reciente, un malentendido sobre el mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. La novedad cristiana en lo que respecta al culto recibió el influjo de cierta mentalidad secularista, de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Es verdad, y permanece siempre válido, que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y, sin embargo, de esta novedad fundamental no se debe deducir que lo sagrado ya no existe, sino que ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, Amor divino encarnado. La Carta a los Hebreos, que escuchamos esta tarde en la segunda Lectura, nos habla precisamente de la novedad del sacerdocio de Cristo, «Sumo Sacerdote de los bienes futuros» (Hb 9,11), pero no dice que el sacerdocio haya terminado. Cristo «es mediador de una Nueva Alianza» (Hb 9,15), establecida en su sangre, que purifica «nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte» (Hb 9,14). Él no abolió lo sagrado, sino que lo llevó a su cumplimiento, inaugurando un culto nuevo, que aun siendo verdaderamente espiritual, mientras estemos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y de ritos, que desaparecerán sólo al final, en la Jerusalén celeste, donde ya no habrá ningún templo (cfr Ap 21,22) ¡Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede para los mandamientos, más exigente! No basta la observancia ritual, sino que se requiere la purificación del corazón y la implicación de la vida.



Me complace también subrayar que lo sagrado tiene una función educativa y que su desaparición empobrece, inevitablemente, la cultura, en particular, la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada, que no requiera signos sagrados, se aboliera esta procesión ciudadana del Corpus Domini, el perfil espiritual de Roma quedaría ‘mermado’ y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada. O, pensemos también en una mamá y en un papá que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad, acabarían por dejar el campo libre a tantos subrogados presentes en la sociedad del consumo, a otros ritos y a otros signos, que con mayor facilidad se pueden volver ídolos. Dios, nuestro Padre, no hizo lo mismo con la humanidad: envió a su Hijo al mundo, no para abolir, sino para dar cumplimiento también a lo sagrado. 


En el culmen de esta misión, en la Última Cena, Jesús instituyó el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, el Memorial de su Sacrificio pascual. De este modo, Él se puso a Sí mismo en lugar de los sacrificios antiguos, pero lo hizo en el interior de un rito, que mandó perpetuar a los Apóstoles, como signo supremo y verdadero de lo Sagrado, que es Él mismo. Con esta fe, queridos hermanos y hermanas, nosotros celebramos hoy y cada día el Misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo. Amén.

jueves, 7 de junio de 2012

Pange Lingua Gloriosi Corporis Mysterium


Pange, lingua, gloriosi
Córporis mystérium
Sanguinísque pretiósi,
Quem in mundi prétium
Fructus ventris generósi
Rex effúdit géntium. 
Nobis datus, nobis natus
Ex intácta Vírgine,
Et in mundo conversátus,
Sparso verbi sémine,
Sui moras incolátus
Miro clausit órdine. 
In supremæ nocte coenæ
Recumbens cum frátribus,
Observata lege plene
Cibis in legálibus,
Cibum turbæ duodenæ
Se dat súis mánibus 
Verbum caro, panem verum
Verbo carnem éfficit,
Fitque Sanguis Christi merum,
Et, si sensus déficit,
Ad firmandum cor sincerum
Sola fides súfficit. 
Tantum ergo Sacraméntum,
Venerémur cérnui:
Et antíquum documentum
Novo cedat rítui;
Præstet fides suppleméntum
Sénsuum deféctui. 
Genitori Genitóque,
Laus et iubilátio;
Salus, honor, virtus quoque,
Sit et benedíctio;
Procedénti ab utróque
Compar sit laudátio.
Amen.


Canta, mi lengua,
el Sacramento glorioso del cuerpo
y de la sangre preciosa
que el Rey de las naciones,
Fruto de un vientre generoso,
Derramó como rescate del mundo.

Nos fue dado,
nos nació de una Virgen sin mancha;
y después de pasar su vida en el mundo,
una vez propagada la semilla de su palabra,
Terminó el tiempo de su destierro
Dando una admirable disposición.

En la noche de la Última Cena,
Sentado a la mesa con sus hermanos,
Después de observar plenamente
La ley sobre la comida legal,
se da con sus propias manos
Como alimento para los doce.

El Verbo encarnado, pan verdadero,
lo convierte con su palabra en su carne,
y el vino puro se convierte en la sangre de Cristo.
Y aunque fallan los sentidos,
Solo la fe es suficiente
para fortalecer el corazón en la verdad.

Veneremos, pues,
Postrados tan grande Sacramento;
y la antigua imagen ceda el lugar
al nuevo rito; la fe reemplace
La incapacidad de los sentidos.

Al Padre y al Hijo sean dadas alabanza y gloria,
Fortaleza, honor, poder y bendición;
una gloria igual sea dada a
aquel que de uno y de otro procede.
Amén.



domingo, 3 de junio de 2012

Reiteración de Comunicado Oficial


Debido a los acontecimientos sucitados en los últimos días, Una Voce Costa Rica desea expresar nuevamente que no patrocina, promueve o propicia cualquier otra iniciativa o movimiento laical en torno a la liturgia en Costa Rica.

En particular no promovemos una página en internet dedicada a denunciar abusos litúrgicos ni tampoco a ningún otro grupo que tenga como objetivo esta empresa.

Nuestros objetivos giran en torno a la preservación de la Santa Misa según el Misal del Beato Juan XXIII, que es "un tesoro precioso que hay que conservar" (Benedicto XVI), al uso del latin, a la riqueza artística religiosa, al canto gregoriano y a las santas reliquias. Todo esto en fidelidad absoluta e irrenunciable al Santo Padre Benedicto XVI y a los venerables obispos en comunión con él.

No compartimos en lo absoluto cualquier expresión ambigua en contra del Magisterio de la Iglesia, en contra del Misal de Pablo VI o en contra de la caridad cristiana fundamental en nuestro camino de santidad.

Humildemente le pedimos al Padre Eterno que nuestros objetivos se cumplan para mayor gloria suya (Ad maiorem Dei gloriam), colaborando estrecha y confiadamente con nuestros pastores.

Una Voce Costa Rica
Junio 2012