Al lado de esto, también hace falta asumir todas las consecuencias de nuestra fe en la Encarnación, recordando que -de manera análoga a lo que sucede en las relaciones humanas- nuestro amor por el Señor debe arraigarse y crecer a través de pequeños detalles que expresen nuestras más hondas convicciones. Me pregunto por qué muchos fieles han ido perdiendo la extraordinaria costumbre de hacer genuflexión ante el Santísimo Sacramento cada vez que pasan frente al Sagrario; sin decir nada de la reverencia ante el altar, el crucifijo, o en ciertos momentos de la Celebración Eucarística… ¿Será acaso que algunos sacerdotes y seminaristas han caído en la trampa del secularismo y han enseñado a los fieles laicos el olvido de esos gestos sencillos pero importantes, con los que se enardece el corazón mientras se hace camino (cf. Lc 24, 13-35)?
En una sociedad cuyos ritmos de vida tienden a la deshumanización, urge recuperar aquellos aspectos que permiten al hombre reencontrarse con esa grandeza que le es propia en razón de su condición de “imago Dei”. Tarea que sólo podrá lograrse adecuadamente si reconquistamos la natural relación que existe entre la trascendencia y una adecuada expresividad humana. Los que tenemos la tarea de ser pastores de la Grey de Jesucristo tenemos una especial responsabilidad en este sentido; no la desestimemos.
Mons. Pierre Nguyen van TotNuncio Apostólico de su Santidad Benedicto XVI para Costa Rica
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